viernes, 12 de abril de 2013

El culto al emperador

El culto imperial en la Antigua Roma era la veneración de unos pocos emperadores elegidos como dioses una vez que fallecieron; el único emperador que se declaró a sí mismo dios mientras aún vivía fue Domiciano lo que causó escándalo.
Hacer que ciertos emperadores fallecidos se convirtieran en dioses se convirtió en un elemento prominente de la religión en el Imperio romano durante el Principado, hasta el punto de que algunos parientes de emperadores fueron también deificados (con la palabra Divus precediendo a sus nombres, o Diva si eran femeninos). El culto pronto se divulgó por toda la extensión del Imperio. Sólo se abandonó en el Dominado, después de que el emperador Constantino I comenzara a apoyar el cristianismo.
La apoteosis de un emperador era un acto esencialmente político interpretado por el sucesor del emperador muerto para reforzar la majestad del oficio imperial y, a menudo bastante efectivamente, para asociar al actual emperador con un predecesor bien considerado. Puesto que era una herramienta de propaganda centrada en los líderes, el culto imperial romano puede considerarse un culto de la personalidad
Bajo la denominación de culto imperial se incluye el conjunto de rituales realizados en honor del emperador romano y su familia (una vez al año los habitantes debían quemar incienso ante su estatua, diciendo: «César es señor»). Anteriormente Alejandro Magno había afirmado ser descendiente de los dioses de Egipto, y decretó que debería de ser adorado en las ciudades de Grecia.
Aún en vida de Julio César, éste consintió en la erección de una estatua a cuyo pie rezaba la inscripción Deo invicto (en español, «Al dios invencible») en el 44 a. C. El mismo año se hizo nombrar dictador vitalicio. El Senado votó para que se le construyera un templo y se instituyeran juegos en su honor. Después de su muerte lo colocaron entre los demás dioses y le dedicaron un santuario en el foro. El heredero de César, Augusto, hizo construir un templo en Roma dedicado al «Divino Julio» (Divus Iulius). Como hijo adoptivo del deificado Julio, Augusto también recibió el título de Divi filius («Hijo de dios»). Se hizo llamar Augusto, fue honrado como divino y se le puso su nombre a un mes del año (Agosto) tal como había sucedido con su padre (Julio). Aunque Augusto en vida no pidió ser adorado, después de su muerte el Senado le elevó al rango de dios y lo declaró inmortal.
El objetivo principal de este culto era demostrar la superioridad del gobernante (mediante su adscripción a una esfera divina), y la sumisión de los habitantes a los dictados de aquél.
La adoración del emperador (que en realidad era política más que personal) fue un elemento poderoso de unidad en el imperio, puesto que era una especie de deber patriótico
Tácito describe en sus Anales (IV, 37-38 y 55-56) que Augusto y Tiberio permitieron que se erigiera un único templo en su honor durante sus vidas. Estos templos contenían, no obstante, no sólo las estatuas del emperador gobernante, que podía ser venerado a la manera de un dios, sino que también se dedicaban al pueblo de Roma (a la ciudad de Roma, en el caso de Augusto, y al Senado en el de Tiberio). Ambos templos estaban situados en la parte asiática del Imperio Romano. El tempo de Augusto estaba situado en Pérgamo, mientras Tiberio no consintió ningún otro templo o estatua en su honor aparte de los existentes en Esmirna, ciudad elegida en el año 26 entre 11 candidatas para erigir estos templos.
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