viernes, 11 de enero de 2013

La muerte y los funerales

Los romanos no colocaban las tumbas en un lugar tranquilo y solitario, sino a orillas de las calzadas a la salida de las ciudades, donde los transeúntes podían contemplarlas y admirarlas. En Pompeya todavía podemos contemplar las tumbas a lo largo de las calzadas que salían hacia el norte desde la Puerta de Herculano y hacia el sur desde la de Nuceria.
Algunas eran grandiosas e impresionantes y parecían casas en pequeño; otras eran mucho más sencillas. Era una costumbre corriente decorarlas con guirnaldas de flores y colocar ofrendas de vino y comida delante de ellas.
El que enterraran a los muertos en las orillas de sus concurridas calzadas, en lugar de en cementerios tranquilos, no era por parte de los romanos una muestra de falta de respeto hacia aquéllos. Al contrario, creían que, si los muertos no eran debidamente enterrados y cuidados, sus espíritus se les aparecerían y les llegarían a causar daños. Era muy importante proporcionar al difunto una tumba o un sepulcro, donde su espíritu pudiera tener una morada. Pero también se pensaba que el muerto quería estar cerca de los vivos

En la Antigua Roma los ritos funerarios fueron evolucionando con el tiempo. Siempre hubo una preocupación por los muertos, a quienes veneraban y temían. Los romanos siempre realizaron ritos fúnebres con más pompa y ostentación que los griegos. Respecto a las prácticas, hubo gran variedad durante la historia del gran pueblo romano

Diferenciación de clases hasta en la muerte
En la Roma clásica, incluso en la muerte se diferenciaba a los ricos de los pobres. Prueba de ello es que los ricos eran incinerados durante el día, y los pobres y niños eran inhumados de noche, no cremados, porque la cremación era mucho más cara.

A los cadáveres se les hacía varios ritos. El primero, llamado conclamatio, consistía en pronunciar el nombre del muerto. A su vez, se le cerraban los ojos (este acto normalmente lo realizaba el hijo), mientras las mujeres exteriorizaban su dolor con todo tipo de lamentaciones. Después, sobre todo a los fallecidos de buena posición, se les lavaba con agua caliente, se les amortajaba y se les depositaba en el atrio de la casa, convenientemente decorado con ornamentación floral, con los pies mirando a la puerta. Los esclavos abanicaban al muerto y evitaban que les diera el sol, mientras las mujeres realizaban sus lamentos.

El cadáver se vestía según la posición social del difunto en vida. Si no era una persona relevante, se le ponía una toga normal. Si había sido censor, se le colocaba la toga purpúrea y si había sido cónsul se le ponía la toga praetexta. Si había sido un triunfador, se le vestía con la toga picta. Durante la exposición del cadáver se sacaba una muestra de su rostro en cera a modo de máscara, el cerae.

El funeral también variaba según la posición social del muerto. Si había fallecido alguien de notoriedad se realizaba un funus indictivum: se pregonaba que había un funeral para que se congregase todo el mundo. El funus plebeum era el funeral de las personas pobres, con el mínimo ceremonial para dar sepultura digna y pagado por la collegia, una asociación que se dedicaba a ello, como una especie de seguro de deceso moderno. En honor de la muerte de personajes importantes se realizaban los Juegos Fúnebres, que fueron el origen de los juegos de los gladiadores.

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